Aunque este otoño ha tardado en arrancar, uno de sus mejores productos, la calabaza, ya lleva en nuestros mercados desde principios de octubre. Y es que las calabazas de invierno se encuentran en plena temporada desde octubre hasta finales de noviembre. Así que aprovechando esta eventualidad he pensado en conjuntar de dos de mis pasiones, la cocina y la cerveza, en un mismo post.
En cuanto a cerveza, ésta también es la estación en que aparecen a patadas, al menos en USA, las Pumpkin Ale (pumpkin = calabaza).
Foto sacada de aquí.
En la actualidad, éstas cervezas, tal y como las conocemos, parecen tener su origen allá por los años 80’, coincidiendo con la aparición y auge de las nuevas microcerveceras norteamericanas. Antes de esa “revolución” el uso de la calabaza en la cerveza respondía a una razón más bien simple. La calabaza es un producto oriundo de América (a Europa no llegó antes del s.XV-XVI) por lo que los nativos de allí solían disponer de ella sin problemas. Así que en un contexto en el que la malta de cereal era un bien escaso y caro, la calabaza, del mismo modo que la chirivía, la melaza, el maíz o un largo etcétera de productos, era usada como fuente de azúcar fermentable para las levaduras. Con el tiempo, y tan pronto como se empezó a disponer de malta de calidad en las colonias norteamericanas allá por el s. XIX, la calabaza y otros adjuntos rápidamente empezaron a caer en desuso.
Como decía, las nuevas pumpkin ale empezaron a retomar fuerza con la ola de micros y de hecho se puede ver una tendencia paralela entre el aumento y consumo de las pumpkin ale y el crecimiento en número de micros en territorio norteamericano. En la actualidad, cuando por esta época salen al mercado más de 300 pumpkin ales, es rara la microcervecera que no elabore su propia versión con la llegada del otoño.
Arriba, la Buffalo Bill Pumpkin Ale, una cerveza que según sus elaboradores se inspiró en una receta de George Washington, y según muchos es considerado uno de los mejores ejemplos del estilo.
Éste estilo de cervezas (si es que se puede categorizar como tal) es verdaderamente muy heterogéneo. Podemos encontrar ejemplares que van desde los 4% de alcohol hasta algunos que superan los 10% (Avery Rumpkin, concretamente, alcanza los 13,8%). Algunas se elaboran sin añadir calabaza, y únicamente poseen las especias típicas del pastel de calabaza, como son la nuez moscada, la canela, el clavo o incluso la pimienta. Pero otras cerveceras si añaden calabaza, como son por ejemplo Brooklyn o Dogfish Head. Tanto las unas como las otras comparten el sabor tan característico y especiado, unas más ligeras y otras rebosantes de notas a calabaza asada, llegando en algunos casos a ser bastante empalagosas. Finalmente existen algunas más especiales a las que se les da un paso por barrica que en anterioridad contuvo algún destilado, como por ejemplo ron.
Y para finalizar, como decía al principio, en este post también iba a tocar el tema de la comida y así de paso retomo la sección de El Lúpulo Cocinero que últimamente está algo descuidada. Habíamos pensado en una evidente aunque interesante opción de maridaje. Al menos por Valencia, cuando llega ésta época, un clásico son los buñuelos de calabaza, una receta clásica que por desgracia, y no me preguntéis el porqué, cada vez más está cayendo en desuso a favor de los insulsos buñuelos de viento. Así que desde aquí aprovecho para romper una lanza a favor de este delicioso postre. Abajo os dejo esta sencilla receta (made in la abuela de Rosana) y espero que alguien se anime a hacerla.
Ingredientes.
- 500 g. de harina.
- Media calabaza cocida o asada (en nuestro caso optamos por esta segunda opción por aquello del sabor más intenso).
- 50 g. de levadura de panadero (en nuestro caso, comprada directamente del horno).
- Agua tibia.
- 1,5 L o más de aceite (dependiendo de dónde vayamos a freír).
Elaboración.
- En primer lugar horneamos la calabaza (45’-1h). Después, y una vez fría, sacamos la pulpa y la trituramos haciendo una especie de pasta fina (retirando la parte filosa que encontremos). Dejamos a parte hasta dentro de un buen rato.
- Por otra parte, con las manos, deshacemos bien la levadura junto con la harina. Lo mezclamos intentando que no se formen grumos.
- Añadimos un poco de agua tibia a la mezcla de harina y levadura. Vamos añadiendo más según nos pida la masa, hasta formar una pasta blanda, cremosa, consistente eso sí, pero no seca.
- Espolvoreamos con un poco de harina por encima (para que no se nos pegue más tarde a las manos) y cubrimos con un paño. Dejamos reposar durante una hora más o menos.
- Una vez la masa ya ha subido (más o menos al doble del tamaño) añadimos la calabaza y lo mezclamos muy bien hasta obtener una pasta homogénea.
- Dejamos reposar unos 10 minutos y mientras ponemos a calentar el aceite.
- Y ahora viene la parte más complicada, que es formar los buñuelos con el agujero en el medio. El truco consiste en tomar un puñado de masa con una mano y hacer salir (apretando el puño) una bolita de masa entre el dedo pulgar y el indice. Con la otra mano recogemos rápido la bolita y, haciendo un agujero, dejamos caer en el aceite caliente. Esto es cuestión de práctica ya que lo más fácil es que al principio os salgan más bien unas boñigas más que unos buñuelos propiamente dichos, pero con paciencia todo llega… Ah, y entre buñuelo y buñuelo conviene mojarse la mano con agua tibia porque sino la masa se pega a las manos y es más difícil formarlos.
- En la sartén, dejamos freír hasta que se doren (cuando tomen un color dorado-marrón), les damos la vuelta y los sacamos sobre un plato con papel absorbente.
- Finalmente espolvoreamos con azúcar y… ¡Bon profit!
En cuanto al maridaje, acompañamos los buñuelos con una Southern Tier Pumking que conseguimos hace ya unos meses. Pensábamos que la fritura podría estropear la cerveza o que el sabor de ésta sería demasiado fuerte, dulce o especiada para los buñuelos, pero he de reconocer que precisamente las notas especiadas y afrutadas de la cerveza combinaban espectacularmente bien con los buñuelos. La cerveza entraba muy fácil, el alcohol estaba perfectamente disimulado (pese a tener 9%), y al contrario de lo que imaginábamos, no era nada empalagosa.
Y esto es todo. Espero que alguien se anime con la receta y, en cuanto a las cervezas, a ver si para el año que viene podemos conseguir por nuestras tiendas una mayor variedad de éstas curiosas e interesantes pumpkin ale.
Que buena pinta muchacho, ojalá la pudiésemos compartir!
ResponderEliminarAntonio, pues la verdad es que sí. Las cosas buenas, en buena compañía, dos veces buenas!! Ahora bien, los buñuelos, estaban cotizados (nos los quitaron de las manos...jeje).
ResponderEliminarTe voy a contratar para una cena catering... yo pongo la casa, tú la comida y las birras a media... ja ja ja ja....
ResponderEliminarJejeje! Txema, eso está hecho. Yo pongo la comida, pero la pagas tu no? Jajaja!! Sino ya me dices lo que gano yo... Aunque igual lo podemos apañar con unas botellitas de esas que hay por ahí escondidas... ;P
ResponderEliminarBuen maridaje, sí señor. Totalmente adecuado para la época además. Sencillamente, lo has clavado, y además con buena mano para la cocina. Tengo ganas de lanzarme a por una de estas pumpkin ales, que ya he leido en más de un lugar que merecen la pena.
ResponderEliminarSalu2!
JAB,
ResponderEliminarSobre las Pumpkin, no se otros ejemplares ya que he leído que en muchas se echa en falta algo de cuerpo, pero en este caso la verdad que a excepción de las notas especiadas se trata de una cerveza muy equilibrada.
Saludos!