Como
recordareis, el último post lo dejamos inconcluso por cuestiones de extensión.
Y es que Finistère todavía nos tenía guardada una visita a la Brasserie de Bretagne, la cual seguramente
os suene algo más por las cervezas Britt
o Dremmwel que elaboran.
Esperando con ansias a que abrieran a las 10.30 de la
mañana…
La
visita a las totémicas instalaciones de esta cervecera alojada en Trégunc, que de micro no le queda ni el
nombre, la hicimos de buena mañana y sin pensarlo mucho nos ahorramos la visita
a la fábrica y nos quedamos directamente en el bar (que le vamos a hacer… ;P) donde
a parte de las pertinentes compras nos sorprendieron muy gratamente la Dremmwel Ambrée (floral, afrutada, con
un punto lupulado sobre una buena base cereal y acaramelada) y Dremmwel Stout de barril (¡cómo cambia
para bien esta cerveza en barril y sobretodo sin el kilometraje respecto a las
botellas que he probado en casa… ofreciendo notas a turba, regaliz, ligero café
y torrefactos, muy rica).
Arriba los tiradores. Abajo, la rica Dremmwel stout de barril.
También
probamos aunque nos dejaron sorprendidos negativamente la Britt blonde (tenía un buen recuerdo de ella en botella y me
sorprendió la poca base y un extraño punto metálico herbal hacia el final) y la
Saint Erwann (seductoras notas
cítricas y florales pero extrañamente ácida y descompensada).
Arriba, el bar, que no tardó en llenarse…
Abajo la tienda rebosante de cervezas y "cachivaches marketineros" varios… sólo faltaban carritos de la compra con la pinta de híper que
tenía…
Tras
el nutritivo desayuno cervecero (nada como una Dremmwel stout para empezar bien el día) nos fuimos a disfrutar de
poblaciones como Pont Aven, Vannes y la zona megalítica de Carnac, todas ellas
mucho más masificadas que el norte bretón, algo que sobre el papel pensábamos
que sería justo lo contrario. Tras un día intenso pero flojo en cuanto a cerveza
terminamos la jornada en la que sobre el papel iba a ser la mejor cervecería de
todo el viaje, el pub Le Tonneau de
Bière en Lorient, pero al igual
que en Brest la cosa quedó prácticamente en agua de borrajas…
Así de atrayente se ofrecía por fuera… y por
dentro…
Los
exteriores, rebosantes de carteles prometiendo las mil maravillas a pesar del
aspecto desmejorado achacable al paso del tiempo, rezaban: “record de France, plus de 600 bières”.
Lo bien cierto es que quedamos muy gratamente sorprendidos con la decoración a
pesar de estar ultra-recargada, pero chapas, posavasos, carteles y jarras
forrando hasta el último milímetro (literalmente además…) son el sueño de todo
buen coleccionista. Pero el fondo de la cuestión, nuestra querida cerveza,
había ido a menos desde que en 1989 abriera sus puertas este enorme local.
Mantenía 9 tiradores (100% belgas), y en cuanto a botella no mostraba las
neveras y tenía unos precios relativamente caros para lo ofrecido, a 3,5€ como
mínimo cosas relativamente comunes pero dando caña a más de 6€ por curiosidades
de países como Canadá o colonias de ultramar que en algunas tiendas bretonas
tenían por menos de 2€. Para que os hagáis una idea, nos recordó mucho al ya desaparecido
Flabiol de Barcelona, cuyos interiores transmitían en los últimos tiempos mucha
melancolía y sensación de mejores momentos pasados. Una pena pero es lo que
hay.
A
parte de los ubicuos saussisons
(salchichas) de todas las cervecerías, nos pedimos una de las últimas Unibroue (Raftman) que deben quedar por Europa además de unas cuantas
francesas con las que nos dejamos recomendar y entre las que destacaría una más
que decente Bête des Vosges.
Lo
mejor del local a parte de la decoración fue una muy buena selección de música
francesa rollo indie, y un par de bolsas
con más de 200 chapas a cual más curiosa y entre las cuales había numerosas
rarezas belgas de los años 90 y muchas referencias de países que se dejan ver
poco por la península… Y así, con la mente algo distraída con las chapas pero
también algo cabizbajos por las sensaciones que transmiten estos locales que
van camino de cerrar, nos fuimos al hotel.
Una gozada de posavasos…
El
día siguiente iba a estar monopolizado por fortificaciones, castillos y bonitos
pueblos del interior de Bretaña: Pontivy,
Josselin, Rochefort-en-Terre… pero entre “tanta piedra” como diría aquel,
nos aguardaba una visita a la Brasserie
Lancelot, una de las más conocidas fuera de sus fronteras por el lugar
dónde se sitúa y la simbología que adopta, relacionada con las leyendas
artúricas y la temática fantástica. Pero de una idílica fabriquita que nos imaginábamos
nos encontramos con una mole de mucho cuidado, eso sí, una mole rodeada de un bonito
bosque…
Arriba unos exteriores que no hacían
presagiar la mole que descubrimos pocos metros más adelante. Abajo el
rinconcito para las degustaciones.
Allí,
en una esquina a la que llegabas tras encontrarte con infinidad de carteles de “prohibido
acceder, únicamente personal acreditado” (algo que no he visto mucho por aquí, y me alegro...) había la tienda pertinente (estos
bretones se las saben bien a la hora de vender, con tiendas que en ocasiones
parecen supermercados como la de la Brasserie de Bretagne) y una barra para las
degustaciones (gratuitas). Tuvimos la suerte de probar una cerveza que estaba a
punto de salir al mercado, la Duchesse
Anne Triple. También pudimos probar un poco de su Cervoise (que no cerveza tal y como conocemos, ya que no utiliza lúpulos
y en su lugar emplean plantas aromáticas, miel…) y quedamos gratamente sorprendidos
(espero probar con más tranquilidad la botella que nos llevamos para daros
alguna impresión).
Arriba, la nueva cerveza en su portafolio. Abajo,
algunas de las preciosas ilustraciones con las que esta cervecera atrae infinidad
de fans (entre los que me incluyo...).
Y
así cerramos Morbihan en cuanto a
cerveza. A la vuelta de la esquina nos esperaban Nantes y varias gratas sorpresas como broche final del viaje (con
el permiso de Pamplona), pero para eso deberéis esperar al próximo post...
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