30 sept 2011

Viaje a Bélgica (VI). Y llegamos a Brujas…

Tras las visitas más que interesantes (y fructíferas “etiquetísticamente”) a Alvinne y Struise, tomamos el coche para dirigimos hacia el norte, con destino a la capital de flandes occidental: Brujas.

Hasta el momento el clima nos había respetado bastante ya que quitando las típicas lloviznas que mojan a uno más por descuido que por ser un verdadero chaparrón, habíamos tenido mucha nube y algún amago de sol. Pero fue acercarnos a Brujas y la situación pareció cambiar radicalmente, con unos nubarrones negros amenazantes surcando el cielo.

Tras una hora de carretera, llegamos a Brujas, y el amago tormentoso se hizo realidad en forma de un aguacero increíble que empezó a caer sin contemplación sobre nosotros. Dejamos el coche en un parking céntrico y tras dar alguna vueltecilla por las laberínticas calles, por fin llegamos al hotel, en la maravillosa plaza del Grote Markt.

Descargamos los macutos y al ver como desaparecían sorprendentemente los nubarrones, nos bajamos como posesos a patear las preciosas y estrechas callejuelas empedradas, con edificios que literalmente podrían haber salido de un cuento del medievo, decenas de canales surcando el centro histórico, plazas espectaculares coronadas por torres y campanarios grandiosos… ¡Ah! Y como no, centenares de tiendas, sobretodo de chocolate.

 

Tras la vuelta de rigor nos fuimos hacia el primer local puramente cervecero de la tarde/noche: el Cambrinus. Situado dentro de una de las típicas casas de ladrillo rojo y remate escalonado, se encontraba esta cervecería con 400 cervezas como carta (y ya van unos cuantos tomo de enciclopedia a lo largo del viaje…).


En cuanto a los interiores, se trataba de un local de estética moderna (que no modernista) pero con algunas pinceladas más rollo taberna típica como las mesas de madera, varias lámparas metálicas y algunos carteles y placas de cerveceras colgados de las paredes. A la derecha, una larga barra con 7 u 8 neveritas repletas de cervezas y algunos tiradores. Enfrente de ésta, las zona de las mesas para comer.

 

El local estaba a reventar de gente por lo que tuvimos que pedir turno para sentarnos, y tras estar literalmente más de una hora de pie, no sin replantearnos varias veces el irnos a otra parte, nos dieron la mesa.


Como imaginaréis, tanto rato de pie dio para darle un buen repaso a la ya citada enciclopédica carta de cervezas, así como a la no menos interesante carta de comida.

En cuanto a cervezas nos decidimos al azar por algunas de las que desconocíamos, una Sint Canarus Tripel, cremosa, ligeramente dulzona y especiada, de carbonatación comedida; Cesar, otra tripel en este caso elaborada por Van Steenberge (los mismos de Gulden Draak) bastante excesiva en carbonatación y poco expresiva; y una curiosa Cookie Beer, de Brasserie Ecaussinnes, más suave de lo esperado pero un tanto desequilibrada por tanta canela dominándolo todo.

 

Y para cenar pedimos varias ensaladas (mucho paté y queso durante los días previos requería algo de vegetal…) y un plato de pollo troceado con champiñones, bacon y pastel de patatas con una deliciosa salsa de “flemish old brown beer”. Esto último estaba riquísimo.

 Arriba, el delicioso plato de pollo.

Tras reponer fuerzas y con el cuerpo mejor entonado nos fuimos, no sin antes tener unas pequeñas discrepancias con un camarero bastante desagradable al respecto de si podíamos o no llevarnos las botellas vacías. Evidentemente las tres botellas terminaron viniéndose dentro de las mochila… ;P

La siguiente parada iba a ser el ‘t Brugs Beertje, sin duda uno de los mejores bares de Brujas.


En cuanto al local, tenía mucha más personalidad que el Cambrinus. Repleto de carteles y pósters antiguos, cuadros, placas metálicas, jarras y copas, el famoso oso que da nombre al local en tiras de papel multicolor colgando del techo, y al igual que en el Cambrinus, muchas mesas de madera abarrotadas de gente… Todo en conjunto daba un ambiente inmejorable.


Después de ojear otra carta enciclopédica (alrededor de las 300 referencias…), que además en este caso estaba engalanada con numerosos recortes de periódico, informaciones varias sobre las cervezas y muchas curiosidades; nos decidimos por Préaris Quadrupel, receta de De Vliegende Paard Brouwers elaborada en las instalaciones de Proef y que ganó el premio a la mejor cerveza artesanal belga este 2011 en una competición organizada por Brouwland. Dejando a un lado los premios, se trataba de una cerveza realmente excelente, repleta de ciruela, regaliz, caramelo y un punto de café, pero a pesar de lo que aparenta, muy equilibrada, una carbonatación comedida y un final ligeramente amargo.


También pedimos Basilius en botella de 75cl., una cerveza elaborada por el Brug’s Beer Institute en Proef (otra más…), de entrada fácil, textura sedosa, suave, afrutada y acaramelada pero muy bien compensada y con el alcohol (7%) bien escondido. Grata sorpresa.


Después de terminarnos ambas cervezas nos fuimos a cerrar la noche en otro bar con mucho carácter propio, el ‘t Poatersgat, un local situado por debajo del nivel de la calle y al que se accedía bajando por unas escaleras más bien tétricas.


En cuanto a los interiores, el “agujero del monje” (significado del nombre del bar) nos dejó verdaderamente maravillados. Muchas plantas de lúpulo de cómo mucho un par de días colgando de un precioso techo de piedra, mesas de madera con mucha historia sobre su superfície, poquísima luz (aunque odio el flash de la cámara, en este caso no había más remedio) y mucha, muchísima gente.

 

En cuanto a nuestro querido elixir, tenían una barra al fondo con 8 cervezas de barril, varios de ellos realmente interesantes: De La Senne Taras Boulba, La Chouffe blonde, De Ranke Saison de Dottignies… Y en botella tenían una carta “menos extensa” que los anteriores locales, con unas 120 referencias.

Después de analizarla detenidamente nos decidimos por Ne Flierefluiter, una tripel correcta; Witkap Pater Stimulo, cítrica, afrutada, nada empalagosa, con un toque especiado y ligeramente lupulado muy interesante; Viven Ale, ligera, equilibrada y con un toque herbal sugerente; y una De Ranke Saison de Dottignies de barril de la que me olvidé apuntar las notas (era imposible no dejarme algo por apuntar…).


Y así, empezando de nuevo el dichoso chirimiri, orbayu o calabobos, dimos por concluido un día verdaderamente intenso en cuanto a cervezas.

Arriba, el Belfort, coronando la plaza del Grote Markt.

Un final de noche perfecto, aunque no del todo cierto, ya que en realidad la reina y un servidor aún tuvimos los ánimos (qué remedio...) de pimplarnos dos de las botellas que habíamos comprado en Bruselas y que teníamos enfriando en la ventana del hotel (ingenios para cuando uno no dispone de neverita en la habitación…). Esto es lo que tiene viajar a un edén cervecero y tener que volver en low cost con los famosos problemas de peso de las maletas… Que toca sacrificarse por las noches a la vuelta al hotel ;P.

En la próxima entrada, el cuarto día de viaje.

27 sept 2011

Viaje Bélgica (V). De cerveceras por Flandes occidental.

Para que no perdáis el hilo del viaje con tanta entrada, os recuerdo que el día anterior (viernes, segundo día de viaje) habíamos salido de Bruselas y llegamos a Watou, en el oeste de Flandes Occidental.

Nos levantamos el sábado (tercer día de viaje) sin nada de resaca (no todos pueden decir lo mismo estando en Bélgica… ;P) y con muchas ganas ya que nos esperaba el maravilloso bufé-desayuno de la casa St. Bernardus. Tras suministrar un buen chute de calorías al cuerpo en forma de quesos, embutidos, repostería, mermeladas y un largo etcétera… Jackie nos contó que las visitas a la fábrica St. Bernardus eran los viernes y que por tanto nos íbamos a quedar sin verla. Aún así, accedió a llevarnos a la tienda, y de refilón pudimos ver (y oler… ya que estaban elaborando cerveza) parte de las instalaciones.

Una curiosa escultura de un lúpulo gigante en una de las salidas de Poperinge.

Tras unas compras en la tienda y despedirnos de Jackie, nos subimos al coche para dirigirnos hacia Moen, pequeño pueblo situado en el sur de Flandes occidental, casi en el límite entre Flandes y Valonia. En esta pequeña población se encuentra Alvinne Picobrowerij, desde que hace unos meses dejaran las antiguas instalaciones en Ingelmunster.

A través de un camino estrecho entre cultivos llegamos por fin a un edificio austero cuyo cartel no daban pie a confusión:



Para quien no conozca Alvinne, decir que se trata de una de las micros (o para ser más exactos, pico-cervecería) que más nombre está adquiriendo en Bélgica desde unos años hacia acá. Un ejemplo de ello es el Craft Beer Festival que organiza allá por marzo y que congrega algunas de las cerveceras con más prestigio en la actualidad dentro y fuera de Bélgica: Mikkeller, Thornbridge, BFM, Norrebro, Birrificio del Ducato, De Molen, Struise

Entramos en la fábrica, dónde nos esperaba Glenn, uno de los tres puntales de Alvinne junto con Davy y Marc. Tras un recibimiento de amigos nos empezó a enseñar los interiores de la fábrica. Maquinaria reluciente, prácticamente por estrenar, suelos y paredes impolutas, mucha iluminación… Todo realmente nuevo y dispuesto de forma muy funcional.


Tras dejar la maquinaria atrás nos dirigimos hacia dónde tenían un interesante surtido de barricas de madera: de vino tinto Borgoña, Pomerol (Burdeos), blanco de Monbazillac, entre otros. En concreto, las barricas de Pomerol se las consiguió Gabriel de su tío francés, y  seguramente en ellas harán alguna edición especial de Mano Negra. De momento esto último está en el aire.

En la foto, Glenn y las barricas.

A continuación fuimos al almacén de botellas y cajas, en cuya esquina encontramos una humilde estantería repleta de cajas. Dentro de éstas había centenares de sobres con todas las etiquetas actuales y muchísimas más antiguas, algunas de ellas auténticas rarezas. Imaginaros por un segundo delante de esta maravilla y que encima Glenn os dijera: “Coge todo lo que quieras, como si estuvieras en tu casa”. Tras el espasmo inicial me entró un subidón de adrenalina viendo los sobres. Así que desde aquí tengo que dar infinitas gracias tanto a Glenn por el detallazo (no envían etiquetas por correo de tantas peticiones como tienen), como a Gabriel por ser quien las pidió por nosotros.

En la foto, Glenn y las cajas con los sobres de etiquetas.

A continuación seguimos visitando las instalaciones, fuimos al almacén de maltas y cuando casi no me había recuperado del sobresalto de las etiquetas, entramos en una pequeña habitación que resultó ser la maravillosa tienda Alvinne. Prácticamente todos los sueños imaginables en botella hechos realidad: Birrificio del Ducato, Toccalmatto y Panil desde Italia; Thornbridge, Marble y BrewDog desde U.K.; las nórdicas Mikkeller y Haandbryggeriet; De Molen, Hitachino, BFM, y un larguísimo etcétera, además de algunas de las mejores belgas, destacando las espontáneas (Hanssens, 3 Fonteinen, Cantillon…). ¡Sin duda una de las mejores tiendas que he visto en mi vida!

Arriba una de las fotos de las estanterías de la tienda (disculpad la calidad, pero entre la poca luz y el poco espacio entre estanterías no pude sacar nada mejor).

El problema, como siempre, tener que viajar en avión. Así que nos tuvimos que conformar con 3 botellas, una Haandbryggeriet Dark Force, una Birrifico del Ducato Verdi Black Jack, ambas imperial stout, y una Haandbryggeriet Bestefar. En voz muy alta y a lo Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó, digo que a Ceres pongo por testigo que jamás volveré a esta tienda sin una buena furgoneta para cargarlo casi todo!


Tras las compras subimos a la parte superior, donde tenían una sala con una barra, unas mesas y un par de sofás.




Allí pedimos dos tablas de degustación con cuatro de sus Alvinne Morpheus: Wild, Extra, Tripel y Dark. Además pudimos degustar Moens Blondje, la primera cerveza de prueba que elaboran en estas instalaciones y que bombean directamente desde la parte de abajo hasta la barra. Para finalizar nos pedimos una Alvinne Vuur & Vlam, una versión de la afamada IPA elaborada por De Molen.


Arriba la tabla con las distintas Morpheus de barril. Abajo la Moens Blondje y la Vuur & Vlam.



Con el reloj un tanto apretado nos tuvimos que despedir tras agradecer el maravilloso trato recibido (en esto Gabriel tuvo bastante que ver) y nos fuimos a visitar las antiguas instalaciones de Alvinne en Ingelmunster, donde por lo visto habían abierto otros cerveceros.

Una vez allí, subimos al altillo de madera que tanto había ansiado visitar previamente y nos encontramos mucha gente mayor tomando las cervezas de la casa, de nombre Eutropius.




Concretamente elaboraban dos cervezas, First Angel, una blonde de 8%, suavemente afrutada y de carbonatación muy ajustada, y una cremosa y ligera bruin de 5,5% (más bien una stout, por los prominentes torrefactos) sin nombre aún.



Tras probarlas y tomar un pequeño tentempié para salvar el ingente alcohol ingerido durante toda la mañana nos fuimos de nuevo para el coche, esta vez en dirección a Oostvleteren.

Ya allí, nos dirigimos a las instalaciones de Struise Brouwers, que se alojaban dentro de una vieja y modesta escuela. Tras admirar el patio con sus correspondientes porterías y canastas, entramos a ver las antiguas aulas con sus respectivas mesitas, sillas y pizarras.

Arriba, la fachada del edificio de la escuela, donde se alojaba Struise Brouwers.

Entramos en una de las aulas, repleta de gente. Al frente había una gran pizarra con un croquis de cómo elabora su cerveza Struise. Al fondo, donde habitualmente se sientan los alumnos más parlanchines, embusteros y demás incomprendidos de la clase, encontramos dos neveras repletas de cerveza.

Arriba, una de las mesas repletas de gente, con la pizarra al fondo.

Tras saludar y conocer a Carlo y Urbain, dos de los cuatro genios de Struise, nos sentamos en la parte final (será que de pequeños nos iba dar caña en clase…) y Carlo nos sacó unas Tjeeses, la cerveza de navidad, y Tjeeses Reserva, versión de la misma pero con 6 meses en barrica de vino Porto.

Arriba, Tjeeses y Tjeeses Reserva.

La Tjeeses normal estaba repleta de fruta (albaricoque, melocotón, ciruela…) acompañadas elegantemente por toffee y en menor grado de café. Muy sabrosa. La Tjeeses Reserva estaba mucho más redonda, con más caramelo y pasas, y al contrario que su hermana, con menos toffee y café. Final menos seco, dulzón y más duradero. Ambas riquísimas y entre las mejores de todo el viaje sin duda.

Disfrutando de los cervezones en este entrañable entorno, quedamos maravillados con la colección de antiguas botellas belgas serigrafiadas que tenían en una de las paredes.


 Arriba y abajo de estas líneas, la colección de botellas serigrafiadas.



Otra de las anécdotas fue ver la “clase” repleta de gente de todas las edades, incluso niños, como ya habéis visto en la foto de la pizarra, más arriba. En este sentido, recuerdo a Carlo sentado en una de las mesas explicándole la Struise Westoek X y la Pannepot a un chico de unos 13 o 14 años. Quien tuviera esa edad y sobretodo un maestro así… Cosas como éstas no hacen sino darte cuenta de la grandeza de este país y el respeto que le profesan a la cerveza.

Seguidamente llegó de nuevo Carlo y nos dio a probar una Pannepot Reserva 2005, que es una Pannepot envejecida 14 meses en barrica de roble francés (la Grand Reserva está 24 meses en barrica). Si hacéis unos pocos números, rápidamente os percataréis que lleva unos 4-5 años madurando en botella, por lo que si de normal ya está espectacular, esta botella lo estaba aún más. Textura muy sedosa, repleta de notas de fruta negra y madura, pasas por doquier, especias, un punto de caramelo… ¡Maravillosa!


Y ahora, si me disculpáis, quiero hacer un pequeño inciso. No me puedo olvidar de decir a todos aquellos que opinan que Struise (entre otras fábricas), es una cervecera para snobs con la cartera llena, que en la estantería de la entrada de la escuela que funciona como tienda estaba ésta y muchas otras joyas más por unos irrisorios 2,5€. Así se entiende la cantidad de gente de a pie que entraba continuamente a comprarse su cajita como quien va al supermercado y no precisamente frikis ricachones venidos de USA. Así que siento ponerme así pero lo de cervecera snob si no os importa lo dejamos de lado y en todo caso ponemos esas etiquetas a aquellos que quieran forrarse aprovechando el tirón y la fama de Struise.

Arriba parte de la estantería con las cervezas que tenían disponibles para comprar.

Una vez hecho el inciso que no quería dejar pasar volvamos con la entrada. Tras ésta cerveza, Gabriel volvió a interceder por un servidor y muy amablemente Carlo nos regaló un buen puñado de etiquetas, algunas de ellas verdaderamente raras. Así que al igual que con Alvinne, quiero dar las gracias desde aquí a Carlo, ya que están verdaderamente hartos de recibir peticiones de etiquetas por mail de gente que ni tan solo ha probado sus cervezas así que es justo reconocer que tuvieron un gran detalle con nosotros.

Arriba, Carlo y la "despensa del placer".

Y así, cargados de nuevo nos despedimos y nos fuimos para el coche con otra meta de fábula en mente: la maravillosa ciudad de Brujas. Pero esto, mejor lo dejo para el siguiente post… ;P

24 sept 2011

Viaje a Bélgica (IV). Hacia Poperinge, la cuna del lúpulo.

Continuamos el viaje con la tarde del segundo día, tras el éxtasis vivido en Brasserie Cantillon. Como ya comentamos en la entrada anterior, la visita a la fábrica se alargó más de lo esperado. Se nos habían hecho las 16.15h., aún no habíamos comido nada a parte de la sopa en Poechenellekelder a media mañana, y teníamos que dejar Bruselas, devorar casi dos horas de carretera y llegar a Watou. Así que sin más remedio hubo que hacer un cambio de última hora y dejamos el plan previsto de Amberes y su Kulminator para otro día.

Pasadas las seis y media llegamos a Watou, previa pausa para comer en el único sitio abierto y medio decente que vimos por el camino. Esta población se encuentra enclavada en el oeste de Flandes, a menos de un quilómetro de la frontera con Francia, y junto a su vecino Poperinge, situado a unos 6 km, es conocido por el cultivo del lúpulo. De hecho esta región por lo visto nutre el 80% de la demanda de lúpulo en Bélgica.

Desde Watou tomamos un estrecho camino local rodeado de interminables campos de cultivo, y por fin llegamos a nuestro alojamiento, Sint Bernardus Brouwerhuis, la casa de huéspedes de la cervecera St. Bernardus.


A esta morada y a su completísimo almuerzo le teníamos muchísimas ganas por las fotos previas que nos habían enseñado Gabriel y Marya. Una preciosa casa rebosante de vegetación por las paredes, techo y jardín; un fantástico salón-comedor con chimenea y una estantería repleta de libros (varios de ellos sobre cerveza); unas neveritas hasta arriba de cervezas St. Bernardus totalmente gratuitas; la fábrica de cerveza a un lado… Literalmente como si hubiéramos entrado en un sueño de los que uno no quiere despertar.

En la foto de arriba, dos de las tres neveritas repletas con cerveza St. Bernardus (si afináis la vista podréis ver unas curiosas cajas de madera debajo de las neveritas).

Mirad qué botellitas nos encontramos en el salón, con la etiqueta repleta de numerosas referencias a cuando St. Bernardus elaboraba las cervezas ahora tan codiciadas de Westvleteren (S. Sixtus). Una tentación demasiado grande para un coleccionista…


Tras quedar totalmente maravillados con la casa, salimos a dar un corto paseo por los alrededores y nos encontramos con el almacén de la fábrica repleto de cientos de palets, y pegada a éste unos campos de lúpulo listos para su cosecha, rebosantes de colgantes florecillas verdes. Os podéis imaginar la alegría…


 En la foto de arriba, la entrada al almacén de S. Bernardus. Abajo, el campo de lúpulos anexo a la fábrica.


 De nuevo en la casa, conocimos a Jackie, la encantadora mujer encargada de la morada, y nos sacamos de la nevera unas magníficas Grottenbier y una Watou Tripel (esta última aún no la conocíamos), y tras un breve descanso nos fuimos de nuevo a Watou para cenar.


Arriba, la Watou Tripel, elaborada por St. Bernardus.


Llegamos a la plaza del pueblo, con la iglesia a un lado, y nos encontramos dos opciones muy interesantes para cenar: el famoso ‘t Hommelhof, un restaurante de precios algo elevados pero con una carta repleta de numerosos platos cocinados con cerveza, y el Het Ovenhuis, con menos nombre pero unos precios más ajustados, razón por la que nos quedamos con este segundo.


Dentro de unos sobrios exteriores de ladrillo granate nos encontramos con un bar de estilo rústico, con muchas fotos colgadas de la pared y unas preciosas vigas de madera surcadas por numerosas plantas de lúpulo fresco colgando de ellas. ¡Maravilloso!


En cuanto a cerveza, poseían 5 barriles: S. Bernardus Tripel y S. Bernardus Wit, Van Eecke Poperings Hommelbier, otra cerveza de Van Eecke en este caso elaborada especialmente para el bar, la Ovenhuisbier y la omnipresente Stella Artois.

Pedimos una ensalada que una vez en la mesa resultó ser bastante llamativa por unos enormes trozos de pizza rebozados por encima (tal cual...), y además, unos buenos platos de paté casero acompañados con ensalada y pan tipo “mollete” andaluz. Para beber, dos Poperings Hommelbier (muy herbal, cítrica y un toque amargo bastante marcado, ¡me encanta!) y dos Ovenhuisbier (tostada, acaramelada sin empalagar, un punto especiada).


 En la foto de arriba Ovenhuisbier y Poperings Hommelbier.

Tras esta cena relativamente ligerita, nos fuimos a darnos la última ronda del día en el Café de La Paix, local situado en plena plaza del mercado de Poperinge.

 
Se trataba de un bar ubicado en los bajos de un hotel, sencillito, también con pocos barriles (más concretamente 6: Hommelbier, S. Bernardus Tripel, Hoegaarden, Lindemans Kriek, S. Artois y Leffe blonde) y una carta en botella no muy extensa, pero aún así conseguimos “cazar” alguna que otra “rareza”. Pedimos Boon Oude Gueuze A l’Ancienne 2009 (extrañamente subida de carbonatación, dulzona y carente de las notas típicas de una Gueuze… o el paladar de todos falló o hubo algún problema con la botella), Saison Dupont Biologique (suave y algo afrutada), De Ranke Guldenberg (nunca falla, mucho lúpulo sobre un fondo muy afrutado y de maltas dulzonas) y otra tanda de Hommelbier de barril (había que aprovechar estando en la zona de su producción…).


Aquí arriba, De Ranke Guldenberg y Boon Oude Gueuze. Abajo la etiqueta de la Poperings Hommelbier, con los campos de lúpulo y la silueta del pueblo (la etiqueta, sacada de su web). Más abajo una placa metálica que se podía encontrar por el suelo de muchas calles de Poperinge.



Tras ésta ronda nos fuimos para la casa, donde nos dimos un pequeño festival rellenando una copa gigantesca con 3 botellas de de St. Bernardus Abt 12. ¿Qué os voy a decir de ella? Precioso color, sedosa en boca, mucho caramelo, ciruelas y pasas, el inconfundible toque especiado belga, cálida, corpulenta y muy sabrosa. Ideal como copa e inmejorable como ingrediente para casi cualquier guiso de carne.


 Arriba tenéis el copón, aunque he de reconocer que la foto queda algo desmerecida por la aparente poca cerveza. Imaginar lo que cabe dentro del cáliz si tiene este aspecto con prácticamente un litro de cerveza…

Y así, con unos 10,5º nada despreciables nos fuimos a descansar bien entonados y rodeados de campos de lúpulo. El día siguiente iba a ser mucho más intenso: visitas a varias fábricas, llegada a Brujas y mucha, mucha cerveza… Qué vida más dura la del viajero, ¿verdad? ;P