Tras las visitas más que interesantes (y fructíferas “etiquetísticamente”) a Alvinne y Struise, tomamos el coche para dirigimos hacia el norte, con destino a la capital de flandes occidental: Brujas.
Hasta el momento el clima nos había respetado bastante ya que quitando las típicas lloviznas que mojan a uno más por descuido que por ser un verdadero chaparrón, habíamos tenido mucha nube y algún amago de sol. Pero fue acercarnos a Brujas y la situación pareció cambiar radicalmente, con unos nubarrones negros amenazantes surcando el cielo.
Tras una hora de carretera, llegamos a Brujas, y el amago tormentoso se hizo realidad en forma de un aguacero increíble que empezó a caer sin contemplación sobre nosotros. Dejamos el coche en un parking céntrico y tras dar alguna vueltecilla por las laberínticas calles, por fin llegamos al hotel, en la maravillosa plaza del Grote Markt.
Descargamos los macutos y al ver como desaparecían sorprendentemente los nubarrones, nos bajamos como posesos a patear las preciosas y estrechas callejuelas empedradas, con edificios que literalmente podrían haber salido de un cuento del medievo, decenas de canales surcando el centro histórico, plazas espectaculares coronadas por torres y campanarios grandiosos… ¡Ah! Y como no, centenares de tiendas, sobretodo de chocolate.
Tras la vuelta de rigor nos fuimos hacia el primer local puramente cervecero de la tarde/noche: el Cambrinus. Situado dentro de una de las típicas casas de ladrillo rojo y remate escalonado, se encontraba esta cervecería con 400 cervezas como carta (y ya van unos cuantos tomo de enciclopedia a lo largo del viaje…).
En cuanto a los interiores, se trataba de un local de estética moderna (que no modernista) pero con algunas pinceladas más rollo taberna típica como las mesas de madera, varias lámparas metálicas y algunos carteles y placas de cerveceras colgados de las paredes. A la derecha, una larga barra con 7 u 8 neveritas repletas de cervezas y algunos tiradores. Enfrente de ésta, las zona de las mesas para comer.
El local estaba a reventar de gente por lo que tuvimos que pedir turno para sentarnos, y tras estar literalmente más de una hora de pie, no sin replantearnos varias veces el irnos a otra parte, nos dieron la mesa.
Como imaginaréis, tanto rato de pie dio para darle un buen repaso a la ya citada enciclopédica carta de cervezas, así como a la no menos interesante carta de comida.
En cuanto a cervezas nos decidimos al azar por algunas de las que desconocíamos, una Sint Canarus Tripel, cremosa, ligeramente dulzona y especiada, de carbonatación comedida; Cesar, otra tripel en este caso elaborada por Van Steenberge (los mismos de Gulden Draak) bastante excesiva en carbonatación y poco expresiva; y una curiosa Cookie Beer, de Brasserie Ecaussinnes, más suave de lo esperado pero un tanto desequilibrada por tanta canela dominándolo todo.
Y para cenar pedimos varias ensaladas (mucho paté y queso durante los días previos requería algo de vegetal…) y un plato de pollo troceado con champiñones, bacon y pastel de patatas con una deliciosa salsa de “flemish old brown beer”. Esto último estaba riquísimo.
Arriba, el delicioso plato de pollo.
Tras reponer fuerzas y con el cuerpo mejor entonado nos fuimos, no sin antes tener unas pequeñas discrepancias con un camarero bastante desagradable al respecto de si podíamos o no llevarnos las botellas vacías. Evidentemente las tres botellas terminaron viniéndose dentro de las mochila… ;P
La siguiente parada iba a ser el ‘t Brugs Beertje, sin duda uno de los mejores bares de Brujas.
En cuanto al local, tenía mucha más personalidad que el Cambrinus. Repleto de carteles y pósters antiguos, cuadros, placas metálicas, jarras y copas, el famoso oso que da nombre al local en tiras de papel multicolor colgando del techo, y al igual que en el Cambrinus, muchas mesas de madera abarrotadas de gente… Todo en conjunto daba un ambiente inmejorable.
Después de ojear otra carta enciclopédica (alrededor de las 300 referencias…), que además en este caso estaba engalanada con numerosos recortes de periódico, informaciones varias sobre las cervezas y muchas curiosidades; nos decidimos por Préaris Quadrupel, receta de De Vliegende Paard Brouwers elaborada en las instalaciones de Proef y que ganó el premio a la mejor cerveza artesanal belga este 2011 en una competición organizada por Brouwland. Dejando a un lado los premios, se trataba de una cerveza realmente excelente, repleta de ciruela, regaliz, caramelo y un punto de café, pero a pesar de lo que aparenta, muy equilibrada, una carbonatación comedida y un final ligeramente amargo.
También pedimos Basilius en botella de 75cl., una cerveza elaborada por el Brug’s Beer Institute en Proef (otra más…), de entrada fácil, textura sedosa, suave, afrutada y acaramelada pero muy bien compensada y con el alcohol (7%) bien escondido. Grata sorpresa.
Después de terminarnos ambas cervezas nos fuimos a cerrar la noche en otro bar con mucho carácter propio, el ‘t Poatersgat, un local situado por debajo del nivel de la calle y al que se accedía bajando por unas escaleras más bien tétricas.
En cuanto a los interiores, el “agujero del monje” (significado del nombre del bar) nos dejó verdaderamente maravillados. Muchas plantas de lúpulo de cómo mucho un par de días colgando de un precioso techo de piedra, mesas de madera con mucha historia sobre su superfície, poquísima luz (aunque odio el flash de la cámara, en este caso no había más remedio) y mucha, muchísima gente.
En cuanto a nuestro querido elixir, tenían una barra al fondo con 8 cervezas de barril, varios de ellos realmente interesantes: De La Senne Taras Boulba, La Chouffe blonde, De Ranke Saison de Dottignies… Y en botella tenían una carta “menos extensa” que los anteriores locales, con unas 120 referencias.
Después de analizarla detenidamente nos decidimos por Ne Flierefluiter, una tripel correcta; Witkap Pater Stimulo, cítrica, afrutada, nada empalagosa, con un toque especiado y ligeramente lupulado muy interesante; Viven Ale, ligera, equilibrada y con un toque herbal sugerente; y una De Ranke Saison de Dottignies de barril de la que me olvidé apuntar las notas (era imposible no dejarme algo por apuntar…).
Y así, empezando de nuevo el dichoso chirimiri, orbayu o calabobos, dimos por concluido un día verdaderamente intenso en cuanto a cervezas.
Arriba, el Belfort, coronando la plaza del Grote Markt.
Un final de noche perfecto, aunque no del todo cierto, ya que en realidad la reina y un servidor aún tuvimos los ánimos (qué remedio...) de pimplarnos dos de las botellas que habíamos comprado en Bruselas y que teníamos enfriando en la ventana del hotel (ingenios para cuando uno no dispone de neverita en la habitación…). Esto es lo que tiene viajar a un edén cervecero y tener que volver en low cost con los famosos problemas de peso de las maletas… Que toca sacrificarse por las noches a la vuelta al hotel ;P.
En la próxima entrada, el cuarto día de viaje.